lunes, 13 de febrero de 2012

KATMANDÚ, UN ESPEJO EN EL CIELO

Yo tampoco sé dónde está mi lugar...
Si hay algo que debo reconocerle a Icíar Bollaín es que es de las pocas directoras (y directores) españolas que se atreven a hacer cine social yendo contra la industria cinematográfica y contra la comercialidad más facilona y pese a todo salir airosa.
KATMANDÚ, UN ESPEJO EN EL CIELO sigue la línea trazada en su anterior película, TAMBIÉN LA LLUVIA, de denuncia de temas universales como el derecho a algo tan esencial y vital como el agua, en la cinta de 2010 protagonizada por Luis Tosar y Gael García Bernal o el de una educación justa y accesible para todos, que ahora plantea.
Basándose en la vida de la profesora y pedagoga catalana Victòria Subirana, también conocida como Vicki Sherpa, Bollaín se traslada a Nepal para contar una historia que podría suceder en cualquier otro país del mundo e incluso en el nuestro si retrocediéramos unas cuantas décadas. Y hay que admitir que la directora madrileña no lo hace nada mal. A lo largo de su carrera como directora ha demostrado su valía a la hora de dirigir actores (recordemos al estupendo elenco de TE DOY MIS OJOS) y de contar situaciones más o menos cotidianas tanto cómicas como dramáticas.
Laia, una brillante y cada vez más versátil Verónica Echegui (flamante ganadora del "Premi Gaudí" a la mejor actriz protagonista), viaja a Katmandú para trabajar en una escuela. Allí descubre una pobreza extrema y un sistema educativo lamentable que excluye a las clases más bajas de la sociedad así que decide luchar contra el sistema para que todos los niños y niñas puedan optar a una formación y por lo tanto a una opción de salir adelante.
El personaje y la persona que hay detrás deberían sevirnos de inspiración para luchar e intentar conseguir nuestros sueños a pesar de las dificultades y trabas que hallemos en el camino. Si hay alguien que las pasa canutas es Laia/Vicki, que debe enfrentarse a sobornos y amenazas de ser expulsada del país, a causa de lo cual decide contraer un matrimonio de conveniencia para conseguir legalizar su estancia en Nepal donde ha descubierto que está su lugar.
Debo reprender la condescendencia con la que Bollaín trata en ocasiones al espectador, pues quiere explicar en exceso situaciones que hablan por sí mismas y no necesitan reiteraciones (¡con mostrarlas una vez era más que suficiente!). Por ejemplo, los momentos de desesperación de la protagonista, que acaban resultando ligeramente cansinos, el rechazo de la familia de Sharmila (la amiga nepalí de Laia) a que esta trabaje en el barrio más marginal de la ciudad o enseñar, a mi entender de manera gratuita, la defecación plagada de enormes gusanos de uno de los niños de la escuela, para demostrar las pésimas condiciones en las que viven los habitantes de tal barrio (¡si está más que claro!).

...ni cuál es mi espejo en el cielo.
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