Rocío Jurado en concierto.
Josefina Molina, una de las más célebres directoras de cine de nuestro país gracias a títulos como Esquilache o la serie de televisión Teresa de Jesús, realizó esta película para lucimiento de la que fue conocida como "La Más Grande", Rocío Jurado.
La Lola se va a los Puertos es una obra de teatro original de Manuel y Antonio Machado del año 1929 que ya conoció una versión cinematográfica de mano de Juan de Orduña (1947) y que estuvo protagonizada por Juanita Reina ("La Reina de la Copla").
Año 1860, Lola (Jurado) es una cantaora andaluza de gran talento que con su voz y su fuerza enamora a cuantos hombres conoce. Don Diego (Paco Rabal), hacendado de gran poder, está encaprichado de ella y decide contratarla para que cante en su cortijo durante la fiesta de pedida de mano de José Luis (Jesús Cisneros), su hijo, y Rosario (Beatriz Santana). Lola y su guitarrista, Heredia (José Sancho), se desplazan a la finca a sabiendas que Don Diego pretende casarse con Lola y separar a la pareja profesional, pero allí, la cantaora se enamora de José Luis, con el cual vive un amor ilícito.
Este drama con reminiscencias lorquianas es una retahíla de canciones (en los primeros 30 minutos prácticamente solo se ve y se oye a la Jurado entonando coplas) entre las que se van insertando escenas de amor y desamor.
Película mediocre, sin interés dramático, mal iluminada y peor montada que al menos cuenta con un buen sonido para gozar de la potente voz de la chipionera.
Nada que objetar al trabajo de Rabal, que para variar está inmenso (era uno de esos actores que siempre estaba bien independientemente de la calidad del guión y del producto final, como aquí). José Sancho se defiende como puede, aunque en algunos momentos se nota demasiado que no le gusta la película en la que está trabajando. Por increíble que pueda parecer, Rocío Jurado no es la peor actriz del reparto. Ese mérito se lo llevan Santana y Cisneros, de los que me atrevo a decir que son dos de los peores actores que han existido jamás. Ella es de esa escuela, de la que años después salieron Elsa Pataky o Amaia Salamanca, entre otras, que todo lo que tienen de guapas lo tienen de frías e inexpresivas. Él, más de lo mismo, soso, plano, blando y del que destaco su desnudo integral (¡ahí queda eso!). La dicción, en ambos casos, brilla por su ausencia y el acento andaluz va y viene según sopla el viento. La pregunta que yo me hago es: si estas son las escenas que la directora y el montador dieron por buenas, ¿cómo serán las descartadas?
Una pena que Josefina Molina no siguiera haciendo productos de calidad y tenga en su currículo lacras como esta, a pesar de la cual se merece el Goya de Honor 2012.
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